Lunes 20 de Octubre de  2025
DÍA DE LA DIVERSIDAD CULTURAL

La soberanía mapuche en el territorio libre del Neuquén

Antes de la invasión de 1879, el actual Neuquén fue un territorio autónomo bajo control mapuche, fuera de la jurisdicción española y chilena. Durante más de dos siglos, las reducciones coloniales y expediciones militares intentaron dominar un espacio que se mantuvo libre, organizado y soberano, protegido por la estructura política y militar del Butalmapu.

Escrito en MEMORIAS DE LOS VIENTOS el

El conflicto en el actual Neuquén, conocido por el pueblo mapuche como Comoé o el Territorio del Triángulo, se extendió por cinco siglos de hostilidades y promesas rotas, definidas por la “Encerrona”: un engaño o trampa forzada para acorralar a las personas. La profunda preexistencia del pueblo mapuche es innegable: sus antecesores, los paleoaraucanos, habitaban la región desde el siglo XI d.C., y la nación mapuche mantuvo su autonomía y soberanía hasta la invasión efectiva de 1879. Esta independencia invalidaba la justificación posterior de una supuesta “recuperación” de títulos coloniales, ya que la Corona española jamás consolidó el dominio militar en el Neuquén. El gran cacique Sayhueque, en 1876, resumió esta historia de usurpación al denunciar que los “ladrones son los cristianos” y que las promesas de paz eran “mentiras”.

Las primeras incursiones europeas en el Neuquén oriental, conocido entonces como Linlin o Trepananda, se originaron en la Capitanía General de Chile, motivadas por la búsqueda de rutas hacia el Atlántico y yacimientos de oro y plata, alimentando el mito de la Ciudad de los Césares. Exploradores como Jerónimo de Alderete, Francisco de Villagra y Pedro de Leiva encabezaron misiones de inteligencia y prospección que derivaron rápidamente en una estrategia de sometimiento y muerte. La escasez de mano de obra dócil para las minas chilenas, sumada a la resistencia en Arauco, desvió la atención hacia el Neuquén oriental. Capitanes como Alonso de Córdoba realizaron hasta treinta redadas en cinco años, capturando miles de mapuches como botín de guerra o “beneficio”.

Estas expediciones esclavistas chilenas, conocidas como malocas blancas, emplearon tácticas de extrema falsía. En 1649, el capitán Luis Ponce de León utilizó una bandera blanca engañosa en la batalla de Paimún, en Huechulafquen, para atraer a los mapuches antes de atacarlos. La redada resultó en la captura de más de trescientas mujeres y niños, considerados “piezas” valiosas para el comercio. Los cautivos eran vendidos como esclavos en Chile o Perú, o integrados a los cavi (agrupaciones indígenas al servicio de encomenderos) para el trabajo minero. Aunque la Corona Española emitió Reales Cédulas en 1674 y 1679 prohibiendo la esclavitud, la distancia y la complicidad de las autoridades coloniales permitieron que el comercio continuara, disfrazado bajo el término “depositados”.

De forma paralela, la incursión evangelizadora fue impulsada por la Compañía de Jesús, con figuras como los jesuitas Diego de Rosales y Nicolás Mascardi. Aunque algunos misioneros intercedieron ante las autoridades coloniales chilenas para liberar cautivos, la evangelización, al imponer la fe cristiana y negar prácticas culturales propias como la poligamia, debilitó la cohesión social y espiritual mapuche. Este proceso fue un preludio de la ocupación militar y cumplió un rol fundamental en la asimilación cultural forzada que precedió al despojo territorial.

Las nuevas alianzas representaron una estrategia de división interna promovida por la Capitanía de Chile, que explotó las rivalidades entre pehuenches y huilliches a raíz del robo de ganado. En 1784, se firmó un pacto de paz y cooperación con los pehuenches, permitiendo la intervención directa de tropas chilenas en territorio neuquino. Cuatro años más tarde, en 1788, el comandante Francisco Esquivel y Aldao lideró una expedición punitiva contra los huilliches, consolidando la intromisión militar extranjera en la región.

Con el avance criollo, los contactos coloniales se transformaron en operaciones de inteligencia militar. El piloto español Basilio Villarino (1782-1783) remontó el río Negro para documentar la fertilidad del Neuquén y el valor estratégico de sus ríos, recopilando información clave para futuras penetraciones rioplatenses. Décadas después, el sargento mayor Mariano Bejarano (1872), enviado por el Gobierno Argentino al País de las Manzanas, realizó un relevamiento bajo pretexto de “revisar raciones”. Su verdadero objetivo era obtener datos sobre la población indígena, la calidad de los campos y las aguadas. El lonco Payquecurá descubrió el engaño y lo expulsó, comprendiendo el carácter de espionaje encubierto de la expedición.

La traición definitiva fue protagonizada por el Perito Francisco Pascasio Moreno. Recibido con hospitalidad por el lonco Sayhueque, quien lo nombró compadre, Moreno documentó la organización social y cultural mapuche y reconoció públicamente al cacique como “dueño del suelo”. Sin embargo, usó la información obtenida para promover la anexión del territorio al Estado argentino, describiendo al Neuquén como “la provincia más rica de la República”. La confianza mapuche fue convertida en una herramienta estratégica del despojo.

La ofensiva final, conocida como la Gran Encerrona, comenzó con la sanción de la Ley 947 en 1878. Esta norma establecía la frontera nacional en la margen izquierda de los ríos Negro y Neuquén, dejando fuera del conflicto la región cordillerana. No obstante, el Teniente Coronel Napoleón Uriburu, al mando de la 4ª División del Ejército, violó la ley y cruzó el río Neuquén el 12 de mayo de 1879. Aunque la acción fue ilegal, el General Julio Argentino Roca la convalidó y la elogió, transformando una orden de defensa en una campaña de ocupación. El auca travún de Ranquilón declaró la guerra defensiva mapuche, dando inicio al conflicto más sangriento del sur argentino.

Las campañas posteriores —la Campaña al Nahuel y la Campaña de los Andes (1881-1883)—, encabezadas por el General Conrado Villegas, consolidaron la usurpación. El saldo fue devastador: más de 3.000 mapuches murieron, los jóvenes guerreros fueron incorporados al Ejército o la Marina por seis años, y 600 indígenas fueron enviados a Tucumán como trabajadores forzados en los ingenios azucareros. Mujeres y niños fueron repartidos como servidumbre doméstica. La rendición de Sayhueque en 1885, en Carmen de Patagones, marcó el final de la resistencia organizada y el comienzo de la ocupación total del Neuquén, cerrando un proceso de cinco siglos de resistencia, traición y genocidio.

 

Fuente: CURRUHUINCA-ROUX. Las Matanzas del Neuquén: Crónicas Mapuches. Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1984.