Lunes 20 de Octubre de  2025
EL BANDOLERO MÁS TEMIDO

Juan Balderrama: el sanguinario bandido que dominó el norte del Neuquén

Durante más de dos décadas, Juan Balderrama sembró el terror entre los pobladores rurales del norte neuquino. Conocido como “el chileno Balderrama”, fue responsable de asaltos, violaciones, incendios y asesinatos brutales, desafiando a un Estado que recién comenzaba a afirmarse en la Patagonia.

Escrito en MEMORIAS DE LOS VIENTOS el

Entre 1890 y 1914, el norte del Territorio Nacional del Neuquén vivió una de las etapas más violentas de su historia. En esos años de transición entre la anarquía rural y la consolidación del Estado, surgió la figura de Juan Balderrama, un bandolero temido por su ferocidad y astucia, cuya sola mención provocaba pánico entre los pobladores de Chos Malal, Andacollo, Las Ovejas y Varvarco.

Balderrama, apodado “el chileno” por su origen o prolongadas estadías al otro lado de la cordillera, era un hombre de campo acostumbrado al rigor de la vida rural y a los caminos clandestinos de la frontera. Su conocimiento del terreno le permitía moverse con rapidez entre los valles neuquinos y las localidades chilenas cercanas a Ñuble y Biobío, burlando controles y desapareciendo durante meses. Fue el líder de una gavilla que combinaba el robo de ganado con asaltos a mano armada, ataques a estancias y emboscadas a viajeros solitarios.

Los registros policiales y testimonios de la época describen una serie de crímenes de una brutalidad escalofriante. En 1906, su banda asaltó la posta de Butalón Norte, donde dieron muerte al puestero y a su esposa, prendiendo fuego la vivienda para borrar rastros. Un año más tarde, interceptaron a un comerciante itinerante en la zona de El Llano, al que asesinaron de un disparo y despojaron de sus caballos, dinero y provisiones. Pero su crimen más recordado ocurrió en 1909, cuando atacaron las viviendas de los colonos Cura y Wette. Los cuerpos fueron hallados con signos de ensañamiento: 39 y 30 disparos respectivamente, muchos de ellos efectuados post mortem. La escena fue descrita por la prensa como “el acto más bárbaro conocido en los territorios del sur”.

Además de los homicidios, a Balderrama se le atribuyen violaciones, incendios y mutilaciones de víctimas. En varios casos, las agresiones tenían un claro sentido ejemplificador: buscaban infundir miedo en las comunidades y desarticular cualquier intento de denuncia. Se decía que su banda solía dejar mensajes grabados con cuchillos sobre las puertas de las estancias atacadas, advirtiendo a los vecinos: “Así mueren los que avisan”. Los pobladores de las zonas de Las Ovejas y Huinganco llegaron a organizar rondas armadas para protegerse, pero durante años nadie logró detenerlo.

Las autoridades territoriales, alarmadas por la extensión del terror, pidieron refuerzos a la capital del Territorio. En 1910, el gobernador ordenó una batida conjunta de Policía Fronteriza y destacamentos militares, movilizando hombres a caballo desde Chos Malal y Tricao Malal. La persecución duró semanas, con enfrentamientos en los valles del río Neuquén y del Varvarco. Finalmente, Balderrama fue capturado tras una emboscada en cercanías de Butalón. Lo trasladaron a Chos Malal, donde fue sometido a juicio por múltiples asesinatos, robos y violaciones. La prensa local tituló entonces: “Cayó el azote del norte”.

Su condena fue ejemplar: reclusión perpetua en el presidio de Ushuaia, considerado el destino más severo de la Argentina. Allí, entre muros de piedra y temperaturas bajo cero, fue puesto a trabajar en la tala de bosques junto a otros reclusos célebres. Sin embargo, Balderrama nunca abandonó sus intentos de fuga. En 1914, durante un motín interno, aprovechó la confusión para escapar, pero fue recapturado a pocos kilómetros del penal y ejecutado por los guardias. Su muerte fue registrada oficialmente como “abatido en intento de evasión”.

Con el paso de los años, su nombre se desdibujó entre rumores y canciones. Algunos lo confundieron con el Boliche Balderrama de Salta y con la famosa zamba de Leguizamón y Castilla, pero el verdadero Balderrama no fue héroe ni trovador: fue un criminal real que simbolizó la violencia estructural de una frontera sin ley. Los relatos orales recogidos en Andacollo y Chos Malal todavía lo mencionan como un espectro que cabalga de noche, una advertencia sobre los tiempos en que la justicia llegaba tarde o no llegaba nunca.

La historia de Juan Balderrama permite entender cómo la violencia de frontera acompañó el proceso de construcción del Estado argentino. En territorios donde la autoridad era apenas una promesa, la figura del bandido se erigió como un poder paralelo, capaz de imponer su ley mediante el miedo. Balderrama fue la cara visible de esa tensión entre lo que se pretendía de la "civilización" y "barbarie", un recordatorio de que la Patagonia también fue escenario de su propio far west, con sangre, pólvora y silencio.