Jueves 12 de Junio de  2025
HISTORIA REGIONAL

La historia secreta de Oesterheld en la Patagonia: petróleo, soledad y el origen de El Eternauta

En los años cuarenta, mucho antes de imaginar a Juan Salvo luchando contra la invasión de una nevada mortal, Héctor Germán Oesterheld recorría la meseta patagónica en busca de petróleo.

Escrito en MEMORIAS DE LOS VIENTOS el

La historia oficial lo celebra como el creador de El Eternauta, el guionista que revolucionó la historieta argentina y cayó desaparecido durante la dictadura. Pero antes de empuñar la palabra como resistencia, el joven Héctor —recién recibido de geólogo en la Universidad de La Plata— cargó instrumentos, atravesó soledades y trabajó para Yacimientos Petrolíferos Fiscales en los confines del sur argentino.

Corría 1944. Con apenas 26 años, Oesterheld fue asignado a la provincia de Santa Cruz. Le tocó explorar la cuenca del Golfo San Jorge y participar del descubrimiento de formaciones hidrocarburíferas. Dormía en carpas, levantaba campamentos en Cañadón Perdido, estudiaba cortes geológicos en zonas donde apenas había rutas. Era la época dorada de YPF como emblema estatal, donde cada geólogo no solo cargaba un martillo de campo, sino también un destino colectivo.

La experiencia no sería apenas un trabajo. Fue una revelación. En esos vientos duros, en esas llanuras donde el horizonte parece curvarse, Oesterheld comenzó a mirar con otros ojos. Descubrió no solo el petróleo, sino también los contrastes brutales del territorio: el sacrificio de los peones, la omnipresencia del Estado, la soledad del desierto. Todo eso quedaría grabado en su memoria, y años más tarde, filtrado en sus ficciones.

El futuro autor de Mort Cinder trabajó en diversas zonas del sur: desde Cerro Dragón en Chubut hasta Las Heras y Pico Truncado. Pero más allá de los mapas geológicos, lo que realmente lo marcó fue el clima social. Vio el nacimiento de pueblos alrededor de los pozos, la vida de los petroleros moldeada por el viento y la precariedad. En los fogones de campaña escuchó relatos de huelgas y traiciones, y tomó nota —mental— de un país que se construía desde el subsuelo.

Cuando dejó YPF y se volcó de lleno a la escritura, esas experiencias no se quedaron atrás. Todo lo contrario. El Eternauta, publicado por primera vez en 1957, está impregnado de la atmósfera patagónica. Los lectores atentos pueden reconocerla en la hostilidad del paisaje, en el temple colectivo del grupo, en la amenaza constante y silenciosa que cae desde el cielo. La zona de Cañadón Perdido, donde Oesterheld había trabajado como geólogo, aparece mencionada casi como un guiño cifrado. El campo de batalla es otro, pero el desamparo y la organización solidaria son los mismos.

La relación entre petróleo y poder también dejó una huella en su obra. Oesterheld entendió temprano que el oro negro no solo iluminaba ciudades, sino que encendía conflictos. Sabía que donde había recursos, había intereses cruzados, vigilancias, fantasmas. Lo intuyó cuando aún era un joven técnico de campo, y lo expresó cuando se volvió un narrador comprometido.

En los años 70, ya radicalizado políticamente, defendió las banderas de soberanía energética, y denunció el control extranjero sobre los recursos naturales. Para entonces, el escritor ya había cambiado la libreta de campo por una máquina de escribir, y su nombre circulaba tanto en redacciones como en comités.