El Neuquén de 1930 ya arrastraba sus propias tensiones políticas. La intervención federal de Zapala en 1927, que anuló la elección del anti-yrigoyenista Martín Etcheluz como intendente, había dejado heridas abiertas y figuras políticas controversiales. Este telón de fondo de fricciones locales se convertiría en un lienzo sobre el cual Julio Paterson Toledo pintaría sus delirios.
Paterson Toledo era el jefe del Distrito Militar 25 con asiento en Neuquén. Esta posición, si bien no era de gran jerarquía en el organigrama general del Ejército, le otorgaba un poder considerable a nivel local. Tenía bajo su mando a conscriptos y la capacidad de movilizar recursos militares en una ciudad pequeña y con una estructura de gobierno civil que, a menudo, dependía de la colaboración con la fuerza militar.
Te podría interesar
La noticia del golpe de Estado a nivel nacional llegó como una onda expansiva, generando un clima de incertidumbre y una alerta militar palpable en la capital provincial. En este ambiente de fragilidad, la posición de Paterson como oficial del Ejército le otorgó una autoridad que, en circunstancias normales, estaría rígidamente definida por la cadena de mando. Sin embargo, la disrupción del orden establecido creó un vacío, una grieta por la que un oficial de menor rango, impulsado por una mente perturbada, pudo irrumpir y tomar el control, desatando una secuencia de eventos que poco tenían que ver con una estrategia golpista y mucho con una profunda enfermedad mental.
Convencido de una vasta conspiración de yrigoyenistas, anti-yrigoyenistas e incluso tropas chilenas, el Teniente Paterson Toledo actuó con una brutalidad sin sentido. La noche del 11 de septiembre, Neuquén se convirtió en rehén de su paranoia.
A la 1 de la mañana, el Dr. Martín Ardenghi, a cargo del gobierno municipal de la capital, bajo las órdenes de Paterson, defendía las puertas de la ciudad. Mientras tanto, un sargento y sus soldados irrumpían violentamente en las casas del Jefe de Correos, Idelfonso García, y del Inspector Otto Haneck, arrastrándolos semidesnudos. La aparición de un automóvil a cuatro cuadras desató la reacción intempestiva de Paterson, quien creyó ser atacado y ordenó el fusilamiento de los detenidos si alguien descendía del vehículo. Por fortuna, el coche giró y la amenaza no se concretó, pero García y Haneck fueron conducidos a la gobernación en un camión.
En la gobernación, el delirio se intensificó. Paterson irrumpió en la oficina del Censo, acusando a los empleados de traidores, golpeando a uno y enviándolos directamente a la cárcel. La histeria se extendió a Colonia Valentina, donde Ardenghi, bajo órdenes de Paterson, despertó a chacareros con la falsa alarma de una "invasión chilena", solicitando su ayuda para "defender la patria". Más tarde, un chofer que regresaba de Senillosa fue violentamente recibido a balazos, logrando escapar de milagro.
Con la mañana, el caos no cesó. Paterson ordenó arrestos masivos de empleados de banco y transeúntes en el centro de la ciudad, acusándolos de "sublevación y falta de lealtad a la patria". Sus acciones, aunque impulsadas por la enfermedad, imitaban los procedimientos militares legítimos, lo que inicialmente pudo haberlas hecho parecer respuestas extremas a una crisis. La interrupción de la infraestructura fue total: disparos a obreros en la estación de ferrocarril, trenes detenidos a balazos y la destrucción de la central telefónica, paralizando las comunicaciones.
La confrontación con el Juez Carreño fue un punto de inflexión. Al encontrar a Paterson frente al Correo, Carreño fue apuntado con un arma y acusado de traidor y de drogar a la esposa del Teniente. En ese momento, Paterson comenzó a quebrarse, sollozando y expresando su agotamiento: "no podía más, estaba solo y la Patria en peligro, y todos eran traidores a quienes iba a matar." Ordenó la detención de Luisa Serrano, acusándola de venderse a los chilenos. Fue el Juez Carreño, una autoridad civil, quien con un discernimiento crucial, reconoció que el problema de Paterson era "más médico que bélico".
La identificación del problema como una crisis de salud mental por parte del Juez Carreño fue el primer paso hacia la resolución del caos. Él persuadió a Paterson para que descansara, contactó a su esposa para tranquilizarlo y solicitó un examen médico urgente. Los Dres. Francisco Frega y Molteni confirmaron el diagnóstico: un "franco estado delirante: delirio de reivindicación y grandeza" y una "psicosis sistematizada esencial progresiva". Paterson les confió sus fantasías de "muchos enemigos astutos" y de haber encerrado a "cinco generales del Estado Mayor Chileno".
Con el diagnóstico en mano y la aprobación del Ministerio del Interior, Carreño implementó una estrategia audaz. Convocó a cada integrante de la tropa ante su presencia y la de Paterson. La confrontación directa con el delirio de su superior hizo evidente para los soldados el "grado de alteración y delirio" del Teniente, lo que les permitió romper su juramento de obediencia. Esta maniobra arriesgada desarticuló el control militar que Paterson ejercía.
Una vez desautorizado, el Teniente quedó confinado en la oficina del Telégrafo, bajo la asistencia del Dr. Frega y con la guardia compuesta exclusivamente por civiles. Simultáneamente, el Juez Carreño y otros oficiales de policía recorrieron la ciudad, liberando a cientos de personas detenidas en diversos puntos. Se restablecieron las comunicaciones y se permitió la marcha de los trenes, iniciando el lento retorno a la normalidad.
Carreño contactó a Martín Etcheluz, quien negó cualquier intención de avanzar sobre la capital, asegurando que tal "locura nunca pasó por su cabeza". Su apoyo facilitó la llegada del Capitán Romanella al día siguiente. A las cinco de la mañana del 12 de septiembre, Romanella se hizo cargo de la Gobernación, liberó a los detenidos restantes por decreto y la ciudad recuperó su vida normal.
El Teniente Julio Paterson Toledo inició entonces un largo y complejo camino por las instituciones psiquiátricas. Fue trasladado al Hospital Militar de la Capital Federal, luego al Hospicio de Mercedes y finalmente al Instituto Charcot de Martínez. Este periplo por múltiples centros sugiere la complejidad de su caso y la necesidad de atención especializada. Trágicamente, Paterson fue retirado del Instituto Charcot por sus familiares sin haberse recuperado del todo.