En agosto de 1978, la comunidad mapuche Catalán-Painitrul, ubicada en la pampa de Lonco Luan, fue escenario de un ritual religioso que derivó en la muerte de cuatro personas, entre ellas tres niños. Lo que comenzó como un rito de sanación terminó transformándose en una tragedia que dejó al descubierto las tensiones culturales, económicas y espirituales que atravesaban a esta comunidad.
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El ritual y la tragedia
Sara Catalán, de 25 años, enfermó gravemente en la noche del 22 de agosto. Sin transporte disponible para llevarla al hospital y atrapados por el clima invernal, su familia recurrió a un ritual de sanación liderado por Ricardo Painitrul, un guía espiritual designado por la Unión Pentecostal. Durante el rito, Sara afirmó ser Jesucristo, lo que los presentes interpretaron como un signo de posesión demoníaca.
La ceremonia escaló en violencia: golpes con cañas, oraciones desesperadas y, finalmente, el uso de un gancho de carnicero que acabó con su vida. Según los relatos, el supuesto demonio no desapareció, sino que "saltó" a otros miembros del grupo, incluyendo a tres niños que también fueron asesinados en medio de un trance colectivo.
El horror fue descubierto días después por un vecino que alertó a la Policía. Cuando las fuerzas llegaron al lugar, encontraron a los participantes del ritual rezando en un estado de profundo trance y murmurando lo que un testigo describió como "el sonido de un enjambre de abejas".
La intervención de la Justicia
El caso fue asumido por el juez Arturo Simonelli, quien ordenó una serie de pericias psicológicas, psiquiátricas y antropológicas para comprender lo sucedido. Los informes concluyeron que los implicados actuaron bajo un estado de trance místico colectivo, influenciado por el sincretismo entre las creencias ancestrales mapuches y los dogmas apocalípticos de la Unión Pentecostal. Este choque cultural, agravado por el aislamiento y la pobreza extrema, creó un terreno fértil para la tragedia.
En diciembre de 1979, los acusados fueron declarados inimputables y permanecieron detenidos hasta que se determinó que ya no representaban un peligro. Sin embargo, las medidas tomadas no abordaron el impacto psicológico y cultural en la comunidad, que quedó marcada por el rechazo social y un sentimiento de vergüenza colectiva.
Reflexión del Padre Francisco Calendino
A raíz de esta tragedia, el Padre Francisco Calendino, sacerdote salesiano que, tras una destacada labor académica en psicopedagogía, dedicó su vida a las comunidades mapuches de Neuquén, escribió una cartaabierta reflexionando sobre las causas y las implicancias más profundas del suceso. En ella expresó:
Toda la prensa del país se ha estremecido, y con razón, ante los tristes episodios ocurridos en la pampa de Lonco Luan. Cuatro asesinatos cometidos dentro del delirio místico de una celebración religiosa aberrante, mezcla de elementos del pentecostalismo y resabios subconscientes del machitún mapuche.
(...)
Pero la carga explosiva no fue ni el pentecostalismo ni el machitún. Lo que explotó fue el hambre, la ignorancia, la miseria, el cansancio... todo ese triste cortejo que acompaña a una existencia infrahumana y que busca compensaciones por cualquier camino, incluso a través de la alienación religiosa.
(...)
Creo que más de treinta "bombas de tiempo" —léase "reservas indígenas"— están sembradas en la provincia con sus relojes en marcha. Ya en Lonco Luan sonó la alarma. ¿No será hora de pensar que estos rincones de nuestra patria nos están interpelando enérgicamente?
(...)
Querido amigo: si usted toma el Evangelio en serio, verá que no le queda más camino que jugarse por él.
La carta, además de reflexionar sobre las condiciones de miseria y abandono en las comunidades indígenas, plantea preguntas esenciales sobre la responsabilidad colectiva frente a estas tragedias y la necesidad de una acción comprometida desde la fe y la justicia social.